Resulta
curioso el paralelismo existente entre el paso de un día y el paso de la vida,
nos
recuerda que cada día nacemos y morimos.
Cada
amanecer es como un niño que nace y nos mira asombrado con ojos de inocencia, de
ilusión o de tristeza, esperando que abras la ventana y que todo comience.
Al
mediodía el sol está en lo más alto, el joven brilla con luz propia alcanzó la
madurez.
Pero
tanta luz a veces ciega y no vemos los momentos más importantes, pasas por la
vida sin percibir un sinfín de sensaciones, tanto brillo acaba deslumbrando.
Al
atardecer un cúmulo de colores nos muestra que ambos alcanzaron la plenitud.
Un rayo exhibe la ilusión juvenil con un brillo
celestial.
Otro
lleva grabado los colores más bellos que la vida nos regala, (amor, paz y generosidad).
Veo
un rayo con luz tal falsa que no brilla para no alumbrar a otros, se está
diluyendo en una vida vacía, siendo su
ocaso el más triste.
Mientras
otro se luce exprimiendo la vida y saboreando hasta el último suspiro.
Sigo
su estala y me recreo con su limpio destello.
Nico Pozón (Publicado en la Talega nº 30 Diciembre 2014)