La encarnación
Nuestra vida es como un río, antes de nacer la voz de la madre arraiga en
sus aguas y cuando nace el llanto, la pone en movimiento sin mediar palabras,
su trasparente figura refleja su inocencia.
Carece de equilibrios y unas manos la salvan del
naufragio, la magia de la primavera
florece con cierto júbilo y la experiencia camina entre el oscilante vaivén y el nerviosismo temeroso
hasta encontrarse con aguas conocidas
para desplegarse en el paisaje.
Navega obsesionada con el factor tiempo hasta que
su lozano verdor emerge desde la esencia más fecunda del miedo, advierte que un
hada misteriosa le tiende sus blancas alas, la escruta con la mirada y asiente.
Respira belleza, la dulce miel brota de sus labios
y el amor se desborda en su boca y con ardiente pasión el fuego de su ternura, incendia los corazones y es tal la fuerza de sus encantos, que bajo la alameda
celestial se quiebra un clamor de rosa, siente que las orillas se agitan y los
rápidos anteceden al paraíso.
No hay eternas primaveras, la honda raíz que
filtró su fragancia y le dio erotismo y exuberancia se marchitó con el tiempo y
las canas salpicaron de otoño, y es el viento que la deshoja, profeta de la sal
y del crepúsculo, el que la inclina ante el mandato de la muerte.
Copyright © RTPI 16/2019/1187
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Un viaje por la vida muy emocionante y genialmente escrito.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Vaya forma tan interesante de nacer, crecer, enamorarse y envejecer.
ResponderEliminarUna locura
Me ha encantado