El viejo sol
Cada mañana, desde su majestuoso peñón, el sol
reinante, se dispersa por el horizonte, coloreando las nubes de múltiples
tonalidades.
En cierta manera, podría decirse que es un sol
otoñal, cargado de pálida y volátil ensoñación, mirándolo pienso que la torre
del mundo, más pronto que tarde, caerá como una hoja desnuda a la inmensidad de
la nada.
Observo que cuando su luz más brilla, demonios
azules cargados de viejísima vida, caen como brasas apagadas a las puertas del
purgatorio, último destino de vidas sin almas y de almas sin gloria.
El viejo sol, suspira mirando al cielo, lleno de
estrellas brillantes, siente vibrar el amor, y embriagarse sin temor de aquella
luna errante.
“Sobre la cima del día, pasando como una bala,
alejado de misterios, el sol extiende sus alas, en una atmósfera verde, donde
la luna ya estaba, esperando, esa pasión luminosa, llena de mudas palabras.
La roja bola de fuego, en torno a ella giraba, con
sus trasparentes gozos, en noche aterciopelada, súbitamente se hunden, se
transforman y se abrazan, sus cuerpos carne de luz, en ese poniente loco, donde
de placer se empapan”.
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