El guardián de los muertosAquel revisor, guardián de los muertos,
seleccionaba a todos los pasajeros que tenían que viajar al más allá.
Los precios estaban por las nubes y las exigencias
eran de asombro:
Muerte natural o accidental, laico o religioso, militar
o civil, persona activa o pasiva… ¿Quién le recomienda?
Si todo estaba en regla el finado era enviado al
purgatorio y allí, una lluvia de fuego caía sobre el aspirante y, al instante,
el cuerpo era un ardiente resplandor.
Seguidamente desde la cima de la gloria, dioses y
ángeles daban la bienvenida a las almas recién nacidas, a los entes admitidos.
Al abrir los ojos les invadían una paz interior,
un sosiego, una felicidad que inundaba sus oídos de tañidos de amor.
Después, lunas de gran belleza y soles con dorado
amanecer los visitaban. Las lunas vestían de blanco y, como la nieve, aparecían
circulares, repletas. Los soles, relucientes de oro intenso, gravitaban en
derredor buscando una luna nueva.
Aquella luna bronceada me eligió a mí, quedé inmediatamente
asombrado por su fabulosa belleza. Recuerdo el perfil de los cipreses
encorvados mirando la escena, con exquisita ternura acariciaba mi espíritu, mi
rostro encendido y en su anatomía claramente levitaban mis deseos, buscando mi
sintonía hasta fundir todas las luces de mi alma, para que una paz prodigiosa
me invadiera, tan íntima, tan suprema, como si llegara de otra galaxia.
Se marchó aquella noche como una sombra cargada de
misterios pero hoy quiso verme en un paraje de espesa soledad. Allí había
ángeles perdidos, entre los muertos de agónica blancura, ángeles con pasiones
temporales proyectados en otros cuerpos.
Sorprendentemente todo a mí alrededor vibraba, mi
alma palpaba lo divino en pura y determinante energía, en fresca fragancia, en
momento de amor, de elevación, de alborozo; un destino ingrato bajo la
superficie de los cielos, donde fluye el poder del pensamiento en su estado más
indómito, allí estaba
yo
Y ya en el alba del gozo, emergiendo fugazmente de
mí, aquel sueño atrapado en el recuerdo y envuelto en claridad por un instante,
contemplé como mi luna, sobre un lecho de rosas encendidas me inundaba de besos
y de vida, abonando mi piel con la más sutil fragancia, percibiendo como la
luna bella desnudaba mi alma y me elevaba hacia el firmamento. En ese justo
momento la vida enmudeció y mi cuerpo se estremeció, agotado, envejecido,
cayendo convertido en polvo de estrellas.
Autor: Nico Pozón Requejo 30.10.2021
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El relato me ha gustado muchísimo, un tema complicado, sacado de las tinieblas, con romanticismo, buen humor y magnífica inspiración.
ResponderEliminarEnhorabuena y un abrazo
Original y profundo, la luctuosa muerte se abre a un amanecer tan íntimo, tan supremo, como si llegara de otra galaxia.
ResponderEliminarUn abrazo
Marilú
Buen relato en el fondo y en la forma, muy característico de ti, logras traspasar el orificio de la mente y nos llenas de lirismo el alma.
ResponderEliminarComo siempre un placer leerte
Un relato inspirador en una noche tan callada, y despierto siendo sol en un inmenso cielo donde se espejan las almas.
ResponderEliminarPara volverse loco
Mis felicitaciones