El iglúDecían que estaba en
Babia, sus ojos siempre ausentes, se
habían perfeccionado en ese arte.
Desconectaba del mundo
y su imaginación volaba, buscando un alma con la que compartir un abrazo.
Desde que murió su madre
se sentía muy solo, estaba necesitado de afecto, y en lugar donde desarrollaba
su vida, (una pequeña librería, llena de curiosidades y rarezas), no encontraba
esa mirada amiga o esa caricia sin dar que lo sacara de la rutina.
Uno de esos días que
pase por allí, entré a comprar un libro,
le dije el título (Manuscrito de Voynich),
y se fue a buscarlo, observé que estaba sumido en un diálogo interno, de
pronto me dice, el libro que me pides es imposible de conseguir, yo lo tengo
porque el destino lo quiso así. Te lo voy a dejar para que lo leas y luego me
lo traes, ese libro es muy especial para mí, si dejo valar la imaginación, se
me agolpan los recuerdos.
Me lo regaló mi madre,
ella te apreciaba mucho y sé que te lo hubiera dejado, le di las gracias, pero
antes de irme le dije: Me has dejado en ascuas, ¿qué secreto guarda este
manuscrito?, él me contestó, hasta ahora sigue vigente el misterio.
Pero yo lo que quiero
es que me descifres el tuyo, puede ser…, no me dejes así… déjame solo un
tiempo, ven mañana y hablamos.
Al día siguiente, allí
estaba yo, esperando a mi personaje, lo vi con ganas de hablar, pasa me dijo,
siéntate en la mesita que hay a tu derecha, a continuación él se sentó al otro
lado, entonces comenzó a romper su secreto: Este libro vino a mí de la mano de
una chica que sabía que coleccionaba libros de enigmas y misterios y como era
de una edición muy antigua, se quería sacar un dinerito y mi madre se lo compró
para mí.
Quiero dejarte bien
claro que confío en ti, eres un buen amigo y voy a ofrecerte la sinceridad de
mi corazón.
Yo le respondí, nada
te obliga a seguir adelante, nada que no sea tu propio deseo de romper el
secreto.
Entonces comenzó
diciendo, voy a ponerle nombres a mis pensamientos, tienen fuertes raíces,
yacen escondidos bajo el peso del temor.
Hace años mantuve
relaciones con la chica del manuscrito, llegué a sentirme muy feliz a su lado,
incluso hicimos algunos viajes, -en uno de ellos a Rumania, nos pasó algo muy
extraño, de hecho ahora mismo me tiemblan las manos-
Reservamos un hotel en
las afueras de Bucarest, al llegar a la recepción nos sucedió algo insólito,
(de entrada nos pareció un hotel enigmático, de madera oscura con bronces
brillantes que producían vértigo), pedimos una habitación y nos dijeron: Solo
nos queda una sencilla “el Iglú”, ¿seguro que no le queda una doble?, ¡no! ¿y cómo es?, si se la quedan, la
verán…, si no hay otra cosa nos la quedamos.
Nos entregaron una
llave magnética y nos indicaron que el Iglú estaba en la planta baja.
Al colocar la llave en
la ranura, se abrió una puerta ultra secreta y ante nosotros un mundo helado.
Por los altavoces decían: Última llamada para subir al tren, sale de inmediato,
sin perder un segundo nos embarcaron.
Aquel tren era un
hormiguero, atestado de gentes, los departamentos, (iglú), eran muy extraños,
unos estaban superpoblados y al entrar te encontrabas solo con tu pareja y
otros de dimensiones más reducidas estaban vació y al entrar te encontrabas
desnudo y expuesto al frío polar.
Las horas caen
imperturbables, el tiempo congela los momentos, la mayoría de las gentes que
vimos ayer se han extinguido, o han mutado en seres sanguinarios que exterminan
a los que no sueñan.
He sentido a mi cuerpo
relajarse, mientras que mis ojos están clavados en la silueta de una mujer, un
placer de luz que ha sepultado en mí su ADN porque su esencia corre peligro.
Nuestras miradas se
cruzan y las emociones convergen en un punto donde el silencio es el mensajero
de la muerte.
Entonces regreso a
nuestro Iglú, en el instante que siento la necesidad de dejar unas rosas en su
tumba.
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