Fui rehén de un bandido
sin cabeza,
le disparó a su cordura en
la escena del crimen,
sus ojos eran fríos de
naturaleza muerta,
le habían robado el
corazón.
Quería que le tapara la
herida y yo sangraba,
vi un animal degollado, me
dio repelús,
le dije vas por ahí
quitando vidas,
eres un asesino de salón.
Gritaba furioso:
sofoqué al visionario,
se exhibía en el
diccionario,
desnudo al sol, mal fario,
y mal necesario.
Impresionó a mi retina,
me apoyé sin gravedad,
se ausentaban mis fuerzas,
un último respiro,
Por fin mi mano se
apodera,
de su mano armada,
asalto inesperado,
apareció dos minutos
tarde.
Lo atrapé con prisa feroz,
arrastrando su alma por
los suelos,
despaché lo podrido que
llevaba dentro,
separando su espíritu de
la materia.
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