Os voy a contar una historia
que me contaron a mí cuando era pequeño.
Érase una vez dos amigos,
Elías y Dimas, dos tipos muy inteligentes y bien parecidos, habían montado un
negocio, “una empresa frutícola” con buenos productos muy apreciados en los
mercados, con el tiempo se hicieron ricos,
daban trabajo a mucha gente
y los vecinos del lugar estaban encantados con ellos.
Si tuviera que poner alguna
pega diría que los dos estaban enamorados de la misma mujer, Sara y eso era un
problema que tenían que resolver.
Las vibraciones de uno y
otro con Sara eran distinta, para ella Elías era un amigo entrañable y Dimas
era fuego abrasador le hacía vibrar su corazón y Elías lo notaba.
Sara era una joven muy
hermosa de rostro angelical, de mirada tierna, labios carnosos y cuerpo llamado
para pecar,
Los celos estaban acabando
con la paciencia de Elías, ya no aguantaba las muestras de cariño de Sara con
Dimas.
Un día Elías llegó al campo
un poco bebido y se dirigió a Dimas de mala manera diciéndole que Sara era suya
y que si no se apartaba de su camino tenía los días contados, a lo que este
respondió que Sara tenía la última palabra. Sin esperarlo recibió un golpe en
la cabeza del mango de un azadón que empuñaba Elías, causándole la muerte, en
el momento que expiraba un viento huracanado arrastró un manojo de espinos y
Dimas señaló a estos diciendo: “Los espinos serán mi testigo”.
La muerte de Dimas consternó
al pueblo, causó mucho revuelo y habladurías pero un jornalero a cambio de
dinero acreditó la versión de Elías “una mala caída“ y todos creyeron en la
fatídica muerte.
Con el tiempo Elías y Sara
se casaron, tuvieron hijos y vivieron felices.
Un día estando los dos
disfrutando de una comida en el campo, vieron cómo se complicaba el día con un
viento huracanado que arrastraba malezas y entre ellas un manojo de espinos,
Elías al verlo pasar emitió una sonora carcajada, ella le preguntó que le hacía
reír tanto, (él se sentía tan seguro de Sara), que le confesó la fatídica
historia y el precio tan alto que pagaron por disputarse su amor, también le
mencionó el testigo de cargo, un manojo de espino.
Sara asustada y sorprendida
cayó en una profunda depresión y poco a
poco sus relaciones se fueron distanciando, la situación se complica de tal
manera que llegan a odiarse.
Un día Elías la amenazó
diciéndole que si contaba lo sucedido lo pasaría muy mal, ella ante tal amenaza
denunció los hechos y Elías fue juzgado y condenado.
Nico Pozón Requejo