Nace
con la sed que reina en el desierto,
sonríe
al nómada cuando está a su vera,
creció
cuando sus ramas han muerto,
las
ráfagas de viento se las llevan.
Su
tronco un cohete de áspera cadera,
que
busca el sol desde su copa verde,
en
sus cicatrices cuajó la primavera,
cerrando
las heridas que su savia pierde.
El
viento la retuerce hasta batirse en duelo,
los
abanicos mueven su trenzada cabellera,
se
dobla y se lanza hacia la luz del cielo,
despeñando
al vendaval por la ladera.
Venas
inertes en sus palmas lleva,
desde
que en oriente comenzó la huida,
ofrenda
de amor que al cielo eleva,
marcando
los anillos de su larga vida.
Como
vaivén de olas que buscan su destino,
su
cuerpo se inclina inventando un lazo,
entregando
sus frutos genuinos,
que
cogen de sus ramas con cálidos abrazos.
Eres
signo de vida y de grandeza,
de
espejismos de tierra que no ha muerto,
de
agua, vegetación de exótica belleza,
oasis
de palmeras en contra del desierto.
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