Hacía tiempo que no tomábamos vacaciones y nuestros
cuerpos se estremecían, así que decidimos cogernos unos días en un lugar
tranquilo.
Para ello alquilamos una casona solitaria en las afueras
de un pueblo muy pintoresco, pertenecía a una de las familias más adineradas de
la villa.
Carol había gestionado el alquiler y el precio conseguido
parecía una ganga, según le dijeron en la agencia, la familia había caído en
desgracia y sobre ellos se había filtrado el misterio.
Poco antes de llegar nos avisaron que no iban a
recibirnos por causa de un accidente y que las llaves estaban escondidas en un
macetero ubicado a la entrada del porche, por si surgía algún problema nos facilitaron un número de
contacto.
Llegamos al lugar cuando el sol se escondía por el
horizonte y sus rayos parecían señalar tres cruces de maderas clavadas en un
montículo cercano a la casa. (Cruzamos los dedos por si acaso)
No tardamos en encontrar las llaves y al abrir la puerta
se levantó una ligera brisa, más tarde comprobamos que se trataba de una
ventana abierta, pero antes encendimos la luz y quedamos alucinados, aquello
era una mansión lujosísima, una preciosidad, algo maravilloso, a mi chico Fer
(Fernando) le encantan las sorpresas y yo tenía que dársela quería celebrar el
quinto aniversario de nuestro primer encuentro y lo había conseguido, (Fer),
gracias cariño, Carol, felicidades amor.
Estaban admirando la estancia cuando de pronto apareció una mujer alta y bien parecida con
una espada en la mano, de un tajo le rebanó la cabeza a Carol, (Fer) gritó
¡¡¡Nooooonoooooooooo, Dios mío, noooonooooooooooo!!! Las lágrimas caían de sus
ojos como un torrente, el pánico se apoderó de él, comenzó a temblar y se
desplomó.
Al cabo de un tiempo dio en sí y observó en la obscuridad reinante la luz de
una vela, a medida que se acercaba iba iluminando el recinto, de pronto Fer
quedó desconcertado y sorprendido, la vela estaba en medio de una tarta enorme
que llevaba Carol, -felicidades cariño, esto hay que celebrarlo- Fer la miraba con ojos de delirante
sorpresa, tenía ganas de gritar y
descargar su angustia, él se preguntaba ¿cómo era posible que estuviese vivita
y coleando si había visto rodar su cabeza?, sin poder comprenderlo trató de
tranquilizarse y poco a poco se fue relajando, al fin sonrió, me has dado un
susto de muerte, me dio un beso en cada mejilla y salió de la casa.
-Han pasado cuatro años y aún no he conseguido
localizarlo-
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